Las croquetas son un clásico de la cocina que permite tantas variaciones y sabores como se nos ocurra imaginar, o casi. Dan juego porque permiten aprovechar muchos sobrantes de otros platos, como el clásico cocido, y hacer con ellos un plato distinto y que suele gustar mucho (sobre todo a los enanos). Nosotros hacemos pocas croquetas, más que nada porque son laboriosas, entre hacer la bechamel y dar forma a todas las croquetas, pasarlas por huevo y pan rallado... lleva tiempo, que ahora mismo no suele sobrar.
Pero esta semana de solitaria vida en Madrid, entre calores que no suelen incitar a la cocina, he podido aprovechar para hacer estas cosillas que en nuestro día a día con Nora no cuadran ;) Además, tenía hecha la carne mechada que he usado, y que ya formó parte de la receta de crujientes de carne que hice la semana pasada, así que todo era cuestión de darle un buen uso.